jueves, 30 de junio de 2011

6. AS SNOW FALLS ON DESERT SKY


    Amy no se lo puede creer. No puede creer que esté en una fiesta como aquella, y sobre todo, que incluso se lo esté pasando bien. Por supuesto, todo aquello tiene una única aunque simple explicación: Frank. Frankie, se autocorrige y sonríe. Es imposible dejarse llevar por el hastío o el asco que este tipo de acontecimientos solían darle con Frankie cerca. Le contagia un entusiasmo, una alegría, que ni siquiera sabe muy bien de dónde saca. Porque, Amy puede verlo desde el primer día, hay algo en los ojos de Frank… Siempre anda con bromas, y su fina sonrisa, pero su mirada no miente.
    Aunque Amy no se atreve a preguntar.
-No es la mejor cerveza que he probado pero me vale-le dice él observando la lata que sostiene en la mano-. Los californianos sí que saben montar fiestas, he de reconocerlo.
    Ella resopla.
-¿Seguro? ¿Tan malas son las de New Jersey? Porque…-echa una mirada alrededor, y pone los ojos en blanco.
    Frank ríe con ganas.
-Me parece a mí que lo que pasa es que la señorita es un poco exigente.
    Le fulmina con la mirada.
-¿Exigente? Pido un mínimo, eso es todo-frunce el ceño mientras se cruza de brazos, en un gesto despectivo que Frank empieza a conocer muy bien.
-Reconoce que te lo estás pasando bien-le dice él de repente al oído, con su fina sonrisa entreabierta.
    Deja caer los hombros, rindiéndose.
-Pero sólo…
    Enmudece, y Frank esboza una de sus sonrisas torcidas.
-¿Sólo?-sigue en su oído, y su aliento le hace cosquillas.
    Amy le aparta un poco de un empujón.
-Sólo porque estás tú, estúpido-medio gruñe.
    Le sostiene tozudamente la mirada en vez de apartarse en un intento de ocultar su vergüenza, por lo que ve el brillo, y la sonrisa evidente en sus ojos.
    Ha sonreído con la mirada.
-Claro, un bufón siempre sabe cómo animar una fiesta-bromea él, apropiándose del apelativo que Gerard le ha puesto. A Amy se le rompe el momento, volviendo a pensar en Gerard. En los acantilados. En…
    Los dos se vuelven algo sorprendidos al notar un alboroto en la multitud fiestera.
-¿Qué pasa?-pregunta Frank a un chavalillo que parece demasiado tímido para fundirse en ningún grupo, y con el que han intercambiado un par de palabras.
-Alguien va a tocar, una banda-les dice con la mirada clavada en el suelo.
    A Amy se le congela la sangre en las venas. No puede ser… porque, sólo pueden ser…
-Vaya, esto puede ser interesante-oye decir entusiasmado a Frank.
    Frankie… Amy busca algo de apoyo silencioso, agarrando su mano, apretándosela inconscientemente. Frank se pregunta por qué lo hará, cuando la ve, la vista fija en el escenario improvisado con unas cuantas tablas a pocas filas delante de ellos.

    Con dieciocho años, Gerard volvió a California. Aquella rebeldía de antes había evolucionado a otra cosa, más oscura, más… El Gerard de antes causaba más irritación que otra cosa. El de ahora, inspiraba más bien respeto, incluso…miedo. En negro de los pies a la cabeza, con una tez pálida que destacaba demasiado. Y sus ojos…en sus ojos se leían cosas, demasiadas cosas, algunas de ellas innombrables.
    En la puerta de la que era allí su casa, ya había alguien esperándole. Ya no llevaba el pelo en coletas, estaba mucho más alta –había dado el estirón pronto-, y había sustituido sus andares saltarines por un paso relajado. Llegó hasta él, haciendo que frenara y dejara su maleta en el suelo para contemplarla de arriba abajo.
-Gee-dijo ella simplemente, con una amplia sonrisa.
    Él la abrazó, con una sensación extraña al no poder levantarla en el aire como hacía antes. Ella pareció vacilar en devolverle el abrazo, pero finalmente le apretó con fuerza. Era evidente que los dos estaban muy contentos de verse. Después de tanto tiempo.
-Cómo has crecido-le dijo él con una sonrisa torcida cuando se separaron.
    Ella puso los ojos en blanco.
-Tengo once años, Gee, no sé qué esperas.
    Gerard se dio cuenta. La niña asustada que él dejó en California se había convertido en toda una preadolescente. Incluso ya se le adivinaban formas…
   ¿Pero qué cojones andaba pensando?
-Bueno, claro, a ti se te nota mucho más que a mí, supongo.
    Amy le echó una mirada de arriba abajo, y con un suspiro dijo:
-No sabría yo decirte.
    Gerard dejó escapar una risa fuerte, casi seca, que sonaba casi más a graznido de cuervo que otra cosa. Además, no le pegaba nada con su aspecto.
-¿Me ves muy cambiado?
    Cuando desvió la mirada con un movimiento de sus largas pestañas, a Gerard le pareció volver a ver a la niña que era cuando la conoció.
-Mucho más de lo que incluso tú podrías pensar.
    Antes de que Gerard pudiera contestar, ella se había perdido por los jardines contiguos, desapareciendo sin un adiós. Él sonrió. Era curioso, que de toda la gente en su vida, y considerando el poco tiempo que había pasado cerca de él, ella supiera leerle mejor que nadie. Mejor, incluso, que su abuela Elena.
    Sacó un pitillo, y sin entrar en la casa siquiera para guardar la maleta, se lo fumó tranquilamente sentado en el porche.
     No supo cuánto tiempo pasó exactamente, pero ya empezaba a oscurecer cuando ella volvió a aparecer. La vio fruncir el ceño al ver el montón de colillas a su lado.
-Bueno, algunas cosas no cambian. Aunque deberían.
    Gerard sonrió. Estirando el brazo, la agarró y la sentó en sus rodillas. Ni siquiera pensó en que el peso era mucho mayor, o que ella ya no podría acurrucarse como antes. Haciendo que le mirara a los ojos, sostuvo el pitillo en alto.
-Si lo probaras, lo entenderías.
-Ni pienso probarlo ni quiero-se removió ella, arrugando la nariz cuando el humo le dio en la cara.
    Él la observó fijamente, escaneándola con sus esmeraldas hipnotizantes.
-Pues no critiques lo que no conoces-se encogió él de hombros, dándole una calada larga, con énfasis. Cuando exhaló el humo, Amy observó los dibujos que perfilaba en el aire, como pensativa.
-Dame-dijo entonces. Con firmeza y autoridad, esas innatas que sorprendieron a Gerard cuando la conoció.
-¿Qué te dé qué?
-Déjame probar. Así podré criticar lo que conozco.
    Gerard rió con ganas. Aquella petición estaba hecha desde la inocencia e incluso ignorancia. Estaba decidido a decir que ni en broma, pero entonces, de repente, se vio a sí mismo tendiéndole el cigarro.
    Ella lo cogió con cuidado, casi con miedo, y rápidamente le dio una calada. Excesiva para una principiante. Cuando estalló en tos, y los ojos le empezaron a llorar, Gerard no pudo evitar reírse.
-Para no gustarte, lo has probado con mucho entusiasmo.
    Ella le fulminó con aquellos ojos gélidos, mientras se recuperaba del ataque.
-Cabrón de mierda-soltó entre dientes.
    Él abrió los ojos como platos, incapaz de creerse lo que oía.
-¿Quién te ha enseñado a hablar así, señorita?
   La oyó bufar.
-Pues tú.
    Tardó en contestar algo confuso.
-Me refiero a que, una niña como tú no debe decir ese tipo de palabras…
   Volviendo a bufar y cruzándose de brazos, le dio la espalda, pero a la vez se dejó caer sobre su pecho, como contradiciéndose.
-Tonterías-refunfuñó.
    Dándole una última calada al pitillo, lo dejó caer al suelo, y ocupó sus dos brazos en rodearla, mientras ella fingía ignorarle aún cruzada de brazos.
-Entonces, ahora que ya lo has probado, ¿qué te ha parecido?
-Veneno, como siempre. Aunque, tal vez le dé otra oportunidad algún día.
    Él resopló incrédulo.
-¿Y por qué ibas a hacer eso?
-Por la misma razón por la que sigo hablando contigo.
    No dijo nada más, y Gerard estaba demasiado sorprendido como para volver a formular una pregunta. La apretó un poco más contra él, como si quisiera resguardarla de un frío inexistente en aquella noche de verano. Se sintió culpable por los pensamientos que empezaron a formarse en su mente, y suspiró.


    Michael les había llamado casi a última hora pidiéndoles que se trajeran los instrumentos para una actuación medio improvisada. Al parecer, había hablado con los que organizaban la fiesta, y al mencionarles lo del grupo le habían pedido que les demostraran lo que hacían… Gerard chasqueó la lengua con fastidio cuando Ray se lo dijo, pero reconocía que era una buena oportunidad para ellos.
-Incluso piensan pagarnos, sobre todo si les gusta lo que oyen-había sonreído Ray.
    Por eso está allí, agarrado al micro, casi apoyado en él, cantando canciones que son parte de él, mostrándoselas a un montón de desconocidos. Cuando la ha reconocido entre el público, a punto han estado de estrangulársele las palabras en la garganta, pero es a ella a quien mira fijamente cuando empiezan las primeras notas de la canción que tocan ahora, y la primera frase sale de entre sus labios:
    Hand in mine, into your icy blues…
    La mira fijamente, casi sin parpadear, mientras susurra primero y luego aclara su voz lentamente, dejando que fluyan las palabras y calen hondo en su público.
    Frank escucha fascinado la canción, dejándose seducir por el ritmo y las palabras, e incluso la voz del Azafrán, que parece tan hipnotizante como su mirada esmeralda. De repente, nota que le aprietan la mano hasta el punto de hacerle daño, y cuando mira de soslayo a Amy, las lágrimas le caen en picado, brillando por el reflejo de la escasa luz que proviene de las hogueras. Está llorando en silencio, y su llanto encierra algo más que emoción por escuchar una canción especialmente bonita. Frank puede notarlo como si lo leyera escrito en su cara. Ella no se da cuenta de que la mira, con los ojos clavados en el escenario, y si siguiera un poco más atentamente su mirada, está seguro de que se encontraría de lleno con unos ojos verdes. Atento a la letra, no puede dudarlo. La canción es por ella. Por ambos. Esa historia en común que tanto le intriga pero no se ve capaz de preguntar.
    And as we’re touching hands , and as we’re falling down…
    Frank piensa que le va a romper la mano si sigue así. Sus manos también se tocan pero el único que se siente caer es él. Porque al escuchar esa canción, se ha dado cuenta de una cosa. Sabía que había algo por parte de ella, pero ahora… No escribes una canción así por cualquiera. No la cantas de esa manera. A pesar de estar cogidos de la mano, le parece que él está a años luz de ella, mientras que aquel Azafrán es quien la sostiene y la deja caer en aquel llanto.
     Quiere soltarla, realmente le encantaría apartarse de ella e irse muy lejos, incluso con aquel apretón de manos podría librarse de ella fácilmente, pero…
    I’ll meet your eyes.
    I mean this…
    Él deja escapar la última palabra en un susurro apenas audible de no ser por el micro, y Frank observa los labios de Amy pronunciarla sin voz.
    Forever.

    
    No podía negarlo. Seguía volviendo a California, aunque su familia había dejado de hacerlo, cada época de vacaciones lo suficientemente larga como para merecer la pena el largo viaje. Siempre en Navidad y verano, un par de veces más durante el año si podía. Porque… porque, se daba cuenta, lo necesitaba. Por supuesto, alejarse de su casa era de lo mejor que podía hacer, y más cuando su futuro era tan incierto, pero… ¿por qué siempre allí?
    Cuando se encontraba con aquellos ojos azules, no había duda. El azul es el color de la evasión, y eso era ella. Su vía de escape. Más pura que aquella otra que usaba hacía ya unos años, e infinitamente más agradable, aunque eso le dejara alucinado. Porque ella apagaba aquel fuego interior que parecía querer consumirle con su mirada helada. Y ella iluminaba la oscuridad a su alrededor con una sola sonrisa.
   Aunque era sólo una niña.
    Aquella tarde, él había salido al porche a fumar, cogida ya la costumbre aunque dentro de la casa no había nadie a quien aquello le pudiera molestar. Había oído un ruido, y cuando se levantó buscando a un posible intruso la encontró medio escondida detrás de un rosal. Escondía lo que pronto entendió que eran lágrimas, y cuando la obligó a mirarle, ella eludió su mirada por primera vez. Eso le sorprendió tanto que volvió a intentar que le mirara a los ojos, para preguntar con una simple mirada, como hacía siempre. Pero ella seguía obstinadamente con la mirada clavada en el suelo, lo que le obligó a usar la voz.
-Amy, qué pasa-el tono le salió algo más brusco de lo normal en estos casos.
    Ella permaneció callada, con algún breve sollozo de vez en cuando. Amy estaba en la plenitud de sus trece años, floreciente, adivinándose la mujer en la que se iba a convertir. Gerard no pudo evitar pensar en que le fascinaba el turquesa de sus ojos cuando lloraba, aunque verla llorar fuera peor que la peor de sus noches envueltas de alcohol. La sacudió, e incluso volvió a preguntar, pero ella lo único que hizo fue encogerse, como queriendo ocultarse de su vista. Gerard la soltó finalmente, la vio hacerse un ovillo tumbándose del todo en el suelo, y él, sentándose de piernas cruzadas, sacó un pitillo, lo encendió y le dio la primera calada.
    Ya llevaba unos tres cigarros cuando, al fin, ella susurró algo.
-Gee, ¿soy un bicho raro?
    Se le detuvo la respiración durante un segundo, e hizo esfuerzos por controlar la rabia que le ardió en las venas. Se imaginó las mil y una situaciones que podrían haberla llevado hasta allí, de aquella forma. La miró más cuidadosamente, y vio que pese a las lágrimas, físicamente parecía intacta, lo que le ayudó un poco a calmarse. Pegó una larga calada, y la vio seguir el movimiento de sus labios en el cigarro como si deseara ser ella la que la diera. Exhaló todo el humo, y con él los últimos restos de la explosión de ira.
-Dime, Amy-ella le miró fijamente esperando su pregunta-. ¿Soy un bicho raro?
-Sí-dijo ella, directa, sin vacilar, pero por primera vez, se sonrojó al notar su mirada de vuelta-. Pero es que eso es lo mejor de ti.
    A punto estuvo de dejar caer el cigarro por una mueca de asombro.
-¿Lo mejor de mí?
-Sí… no eres como los demás. Nunca lo has sido, no por fuera, evidentemente-ambos sonrieron cuando ella señaló sus… “pintas”-, pero tampoco por dentro.
-Tampoco yo esperaba encontrarme una camiseta de The Smiths encima de una niña de siete años-rió entonces él con aquel sonido de cuervo.
    La vio sentirse halagada y algo molesta, todo seguido, en cuestión de segundos.
-Pero ya no lo soy-dijo en voz baja.
-¿El qué? ¿Fan de The Smiths?-con la sonrisa torcida.
    La vio esbozar una sonrisa temblorosa, aún con las últimas lágrimas cayendo por sus mejillas. Era tan terriblemente humana en ese momento, que le pareció que podría romperse con un simple soplido, a diferencia de aquel demonio juguetón de ojos gélidos que había encontrado hacía seis años. Ella se le acercó mucho, como buscando uno de sus abrazos, pero sin hacer ademán de realmente querer uno, por lo que sus brazos se tensaron, dudando de si alzarse.
-Aquí nunca nieva-dijo entonces ella, prácticamente en su oído.
    Él no contestó, esperando que ella explicara por sí sola a dónde quería llegar con eso. Sabía que era mejor así.
-Quiero decir, es muy raro. No recuerdo haber visto nevar nunca… O al menos nevar de verdad-ella se medio apoyó en su hombro mientras soltaba aquellas frases sin aparente sentido-. Cuando era pequeña, miraba fijamente al cielo los días en que se veían mucho las estrella. Sabía muy bien que cuanto más se vieran las estrellas más frío hacía, así que cuando podía ver la mayoría de las constelaciones, esperaba impaciente ver caer aquella nieve que tanto deseaba. A veces, incluso, mis ojos me jugaban malas pasadas, creando ilusiones mentales con el brillo de las estrellas, que me parecían copos de nieve prendidos en el cielo que no se decidían a caer. Una vez mi madre me pilló gritándole al cielo “¡Dejaos caer! ¡Dejaos caer! ¡No tengáis miedo!”
    Ríe con ganas. Gerard empieza a impacientarse, sin verle ningún sentido a aquella conversación, por muy graciosa que le resultara la imagen de la niña que él había conocido gritándole como loca al cielo estrellado.
-Lo que más me gustaba, era que no había ni una sola nube. Nada que ocultara la belleza de aquellos copos de nieve, aunque se resistieran a caer, o puede que incluso les impidieran hacerlo. Yo fruncía el ceño, enfadada por quienquiera que no dejara que cayeran, pensando que me arruinaban mi sueño.
    De repente se volvió y le miró a los ojos, y Gerard descubrió que por un momento había estado conteniendo la respiración. Ella le clavó la mirada profundamente, como intentando leer algo…
-Tú eres un copo de nieve, Gee. Una estrella en el cielo, que está muy lejos, y que se resiste a caer, como a mí me gustaría.
    Él resopló, entre sorprendido y divertido.
-¿Pero qué coj…?
    Los labios de ella callaron los suyos. Los notó cálidos, suaves, carnosos y húmedos, en contraste con sus labios algo secos y finos. Fue un beso fugaz, tierno y tímido, pero no había rubor en sus mejillas cuando se separó de él y pudo verle la cara.
-Como la nieve que cae en el cielo desierto-aún susurró, con la respiración algo agitada por el beso.
    Con una maniobra algo felina, se levantó y desapareció antes de que él pudiera siquiera reaccionar. Apretó el puño y arrancó algo de hierba, resoplando, sorprendido y algo furioso. Sacó un pitillo y de los nervios casi no pudo encenderlo. Le dio unas cuantas caladas desesperadas, intentando calmar su excesivo entusiasmo.
    ¿Cómo podía haber reaccionado así por un tonto e inocente beso?

viernes, 24 de junio de 2011

5. AND OUT OF HARM


    Ray mira el reloj algo nervioso. Por favor, que aparezca, por favor, que aparezca…
-¡Eh!-le llama Mikey-. ¿Y mi hermano?
-Debe estar al caer-le da una sonrisa tranquilizadora-. Me dijo que vendría, pero debe haberse entretenido.
    Al fondo, un rapado y bigotudo tatuado martillea suavemente la batería. Están en el garaje de Ray, y en teoría van a ensayar algo. Lo que no tiene muy claro Ray es el qué, porque últimamente no han trabajado en nada. Él está muy ocupado con el trabajo en la hamburguesería, y Gerard… bueno, Gerard tampoco está muy centrado. Y ellos son los creadores de todo, porque Mikey básicamente ha entrado por pasar tiempo con ellos, y Michael se les ha unido poco tiempo después de que Bob hubiera tenido que mudarse por asuntos familiares. Y no podían estar sin batería… La llegada de Michael había hecho que su música, algo oscura como las calles de New Jersey en las que se habían criado, cogiera un toque de color y optimismo, la luz de propia de California. En realidad, muchas cosas habían cambiado desde que se mudaron a California. Ray pensó que habían hecho bien, que la luz, el mar, y los recuerdos felices de vacaciones pasadas aquí harían mucho bien a los hermanos Way. Pero ahora, Gerard… ¿qué cojones pasa con Gerard?
    Como si le hubiera invocado con el pensamiento, un torbellino rojo aparece por la puerta, con su andar despreocupado, como si llevara todo el rato allí y nunca los hubiera hecho esperar. Enseguida se hace con el micro, y mira a Ray con una pregunta silenciosa.
-¿Por qué me miras? Si tú no tienes nada, yo tampoco. Te lo dije, Gerard, las canciones no salen de la nada, y si ya del poco tiempo del que disponemos no hacemos buen uso…-empieza con su discurso paternal, y Gerard se aparta el pelo en un gesto de leve desdén muy propio en él.
-Empecemos con la canción que estábamos puliendo el otro día.
-Pero sólo tenemos la música…y no muy bien trabajada, la verdad.
-Vosotros tocad.
    Incluso con su pose de chico malo, nadie imaginaría cómo había logrado aquella posición de liderzazo en el grupo. De las que, con una orden sencilla y un movimiento de cabeza, consiguen una respuesta inmediata. Mikey ya ha agarrado el bajo y está a punto, y Ray le hace un gesto con la cabeza a Michael, que hace ese gesto tan típico de golpear las baquetas. One, two, three, four!
    Cuando Gerard empieza a tararear, Ray sacude la cabeza. Sí, eso puede servir ahora, pero no siemp…
    Gerard ha empezado a cantar, y no es el nanana con el que ha empezado, sino una letra contundente que por poco le hace parar de tocar por la sorpresa. Michael sigue golpeando sin pausa la batería, incluso Mikey parece demasiado concentrado en el bajo para pararse siquiera a pensar. Y la canción sigue sola, con fuerza, con energía, incluso más de la que han tenido nunca. Ray intenta comprender el significado de la letra, pero como siempre, es demasiado vaga en su significado superficial, e imagina que no le pillará el truco hasta que la escuche con atención.
    Let this world explode… La voz de Gerard parece morir en sus labios a la vez que las notas se desvanecen en el aire, y Ray le ve como apoyarse en el micrófono, como si toda su energía la hubiera dado en la canción. Los tres aún le miran un rato mientras él permanece agarrado al micro, mirando al suelo, como rezando.
    Entonces de repente se incorpora, y echando un vistazo alrededor se sienta en el primer sitio que pilla, encendiéndose un cigarro. No entiende cómo alguien que fuma tanto puede tener una voz como la de Gerard. Tal vez no es tan rica en tonos y variaciones como otras, pero la fuerza de sus pulmones y los juegos vocales que hace consiguen suplir perfectamente esas carencias.
-Buah, Gee, ha sido…brutal-suelta Mikey.
    Aún en la batería, Michael asiente, mascando chicle con descaro tan enérgicamente como Gerard le da caladas a su pitillo. Gerard se queda algo en trance observando el movimiento de sus mandíbulas, mientras su mente vaga muy lejos.
-¿Cómo…cuándo…?-un sorprendido pero orgulloso Ray pregunta.
-No lo sé-sale entonces de su trance para contestar-. Simplemente…me vino.
    Al ver las expresiones algo escépticas de sus amigos, Gerard se apresura a explicar:
-Ya había trabajado en ella. El concepto y algunas ideas ya habían salido, pero…la letra, como tal, acaba de salir completamente nueva.
-Menos mal que siempre grabo nuestros ensayos entonces-salta Ray.
    Gerard se encoge de hombros, como ajeno a todo aquello, y sigue concentrado en su pitillo.
-Gerard, con una canción no basta-dice Ray a medio camino entre la riña y la diversión.
    Él pone los ojos en blanco.
-Ya lo sé…pero al fin y al cabo ése es el único material nuevo que tenemos.
-¡Pero podemos ensayar las otras!-dice Mikey con un entusiasmo casi excesivo. Hoy debe ser uno de esos días.
    Acaba por apagar el cigarrillo que aún está por la mitad y volver al micro.
    El ensayo es intensivo, y aunque exceptuando la nueva canción las demás se las saben de memoria, Gerard falla con las letras, y acaba poniendo nerviosos a los demás, hasta el punto de que Mikey siente que no es capaz de seguir tocando. Ray, en su actitud paternal, calma el ambiente algo crispado, y les obliga a todos a sentarse mientras saca bebidas y cosas para picar.
    Al principio nadie dice nada, y Gerard coge una cerveza con suma tranquilidad, apoltronado en el sofá. Pero al final agacha un poco la cabeza y dice:
-Lo siento.
-No ha sido culpa tuya, Gee-se apresura a defenderle Mikey.
    Incluso Michael niega con la cabeza.
-Estamos todos un poco fuera de tono-dice entonces Ray-. Pero, Gerard, la nueva canción es genial. Tenemos que seguir trabajando en ese concepto…
-Está aquí-se lleva un dedo a la sien-. Todo un mundo…lleno de color y…el desierto…
-Parece como uno de tus cómics-ríe Mikey.
-Chicos-dice Michael, levantándose del asiento-, hoy no vamos a ensayar más, ¿verdad?
     Todos se miran, y la respuesta sale sola del silencio.
-Es que bueno, he…medio quedado…hay una fiesta en la playa esta noche. Pasaros luego, va a estar muy bien.
-Gracias, ¿te llamamos si aparecemos por allí?-sonríe Ray.
-Claro. Con mis contactos, tendréis lo mejor de lo mejorcito-les guiña un ojo antes de desaparecer despidiéndose con un gesto del brazo.

    En la playa, Frank y Amy disfrutan tumbados en la arena del sonido de las olas del mar. Amy incluso canturrea algo, y Frank intenta descifrar lo que dice, pero no es capaz. Se acerca a ella, abrazándola, como si de repente le hubiera entrado la necesidad de tenerla pegada a él. Ella ríe bajito.
-¡Eh, Black!-oyen llamar, y levantan la vista.
-No, tío, ella no creo que…-oyen murmurar a un chico al otro, que debe ser el que ha interpelado a Amy.
-Black, bueno, ya sé que tú no eres mucho de estas cosas y tal, pero esta noche va a haber una fiesta brutal aquí en la playa, así que pásate si eso, ¿eh?
    Amy profiere un sonido que no es ni negación ni asentimiento, pero sirve para darle a entender que ha captado el mensaje. Los chicos se quedan aún un rato parados, como esperando algo, hasta que se van con una sonrisa confusa. Frank sonríe.
-Te dije que no iba a querer…
-¡No ha dicho que no! Y está tan buena, tío, no lo niegues.
-Pues tendrás que separarla del rarito ése… Con una palanca por lo menos.
    El otro resopla. Frank ha oído toda la conversación, y esboza una sonrisa torcida. Así que… Amy no está tan desligada del resto del mundo como parecía.
-Bueno, ¿qué dices?-sonríe Frank.
    Amy abre los ojos.
-¿Qué digo de qué?
-¿Vamos?-señala con la cabeza la dirección por la que se han ido los otros dos.
    Resopla incrédula.
-¿Lo dices en serio? Sabes cómo son esas fiestas, ¿no?
-¿Cómo voy a saberlo?-pone él su mejor expresión inocente.
    Le fulmina con la mirada mientras alza las cejas, y Frank tiene que hacer un esfuerzo para no echarse a reír.
-Por no haber, no hay ni música medianamente decente…
-Las joyas musicales tampoco son muy adecuadas para una panda de jóvenes borrachos y llenos de hormonas revueltas-ríe con ganas.
-Tampoco te veo muy de sociabilizar y tal.
-Estarás tú. Es todo lo que hace falta-le dice él al oído.
    Amy se echa a reír a carcajadas, haciendo que Frank se eche un poco para atrás, algo sobresaltado por su repentina reacción.
-Al final sólo eres un zalamero más, Iero.
    Con una sonrisa torcida, prácticamente se le abalanza encima.
-No me llames así, señorita.
-No…suena demasiado formal para un chavalín como tú. ¿Qué tal Frankie?
    Fingiendo estar muy ofendido, la acaba atacando con cosquillas.
-¡Frankie, Frankie…!-canta ella entre carcajadas.
    Él la hace callar con un beso. Un beso que pasa de un breve contacto de labios a algo más, algo intenso, pasional, y de repente sus pieles se buscan, los brazos, las piernas, actúan como por propia voluntad. Bajo su camiseta, él acaricia toda su espalda. Ella muerde con suavidad su cuello. Sus respiraciones se agitan, y entonces, como puestos de acuerdo, ambos se apartan un poco. Se encuentran en la mirada. Sonríen.


    Tal y como había prometido, Gerard volvió al día siguiente, en busca de aquella niña tan extraña. Ni siquiera sabía muy bien por qué; pero también era cierto que lo había prometido. Y no era de faltar a sus promesas.
    Como si tuviera una alarma que la alertara de su llegada, Amy apareció  enseguida, con andares saltarines y una sonrisa amplia. Le tomó de la mano y lo condujo dentro de la casa. Gerard se dejó llevar con algo de respeto; aquella casa era muy grande, sus padres eran sin duda ricos. Es toda una señorita, se dijo, observando sus dorados bucles, que saltaban con cada uno de sus pasos, y la delicada mano que agarraba la suya con firmeza y decisión.
-Señorita Amy, ¿a dónde va?-le dijo quien debía ser sin duda Thomas, el mayordomo, por lo que pudo discernir Gerard. También pensó en el trozo no formulado de aquella pregunta: “¿… con este joven, que además parece peligroso?” Al verle observarle de arriba abajo, Gerard pudo oír sus pensamientos como si los dijera a viva voz.
-Gee va a dibujarme a Jack-sonrió ella con voz cantarina.
    El hombre sin duda estaba acostumbrado a excentricidades por parte de la niña, porque su cara fue más bien de resignación.
-Señorita Amy, no puede traer a desconocidos a la casa sin más…
-No pretendía molestar-con una actitud más despectiva que sumisa, Gerard se giró con intención de marcharse, pero Amy no le soltaba tan fácilmente.
-Gee no es un desconocido sin más. Gee me va a dibujar a Jack.
    Se quedó paralizado; la autoridad en su voz… jamás se la habría imaginado en boca de alguien tan pequeño. La vio mirar a aquel hombre, que le cuatriplicaba la edad dos veces perfectamente, con su ceño fruncido y aquellos mortíferos ojos azules.
-Me temo que tendré que avisar a su madre, aún así-el tal Thomas, sin embargo, tampoco se dejó amilanar.
-Está bien-dijo ella, sin dejar de fruncir el ceño, y dándose la vuelta echó a andar, arrastrando a un confuso pero a la vez totalmente intrigado Gerard.
    La niña le hizo subir las escaleras, le guió hasta la que supuso que era su habitación. Gerard tuvo que contener una exclamación; lejos de los tonos rosas y pastel, y los peluches y flores invadiendo cada centímetro de espacio, que esperaba encontrarse, la decoración era bastante sencilla, y sobria, exceptuando por el montón de dibujos que poblaban las paredes. Cuando los examinó, se dio cuenta de que, para su edad, tampoco era mala, pero entendía por qué le requería a él para…su Skeleton.
    Sin ninguna vacilación, le sentó en su mesa, le dio el material necesario para dibujar. Entonces, se sentó a su lado, mirándole emocionada y parecía que algo nerviosa. El nervioso era él, que no podía creerse que estuviera allí, en la habitación de una niña rica de siete años, inquietantemente extraña, a punto de hacerle un dichoso dibujo.
    Los nervios se transformaron casi en pánico cuando una mujer apareció en la puerta.
-¿Amy? ¿Se puede saber qué estás haciendo?
    Gerard sintió el rápido escáner que le hizo como si lo hiciera con láser candente.
-Gee me va a hacer un dibujo de Jack-repitió ella.
-Amy, no puedes traer cualquiera dentro de casa como si tal cosa.
    Le pareció que tenía suficiente. Posando el lápiz con cuidado, se levantó de la silla y fue hacia ellas.
-No era mi intención causar ninguna clase de problema o molestia.
    El tono, algo insolente, le traicionó sin embargo, e hizo fruncir el ceño a la madre. A él le dio igual, y se dispuso a marcharse definitivamente.
-¡No!-gritó la niña, con buenos pulmones-. Gee, ¡me lo prometiste!
    No pudo evitarlo; se volvió a tiempo para ver el azul hielo derretirse y volverse agua de mar. Volvía a tener la expresión más triste del mundo, mucho más lejos de la rabieta o decepción de cualquier niño; y se acercó a ella, sin saber qué decirle.
-Lo siento Amy, pero si tu madre considera que he de marcharme, he de hacerlo.
    Cogió una de sus lágrimas con la punta de sus dedos, y posó la mano en su mejilla como tratando de transmitir por el contacto lo que no podía decir en palabras. Vio que, aunque los labios de ella temblaban en pleno sollozo, la comprensión mezclada con pura resignación brotó dentro de ella, que asintió en silencio.
    Cuando ya estaba en la puerta, la madre le llamó.
-Espera-él se volvió con cuidado-. Así que… ¿vienes a dibujarle ese dichoso muñeco?
-Sí, señora… ella me lo pidió.
-Y tú lo ibas a hacer, así, sin más-parece que sentimientos encontrados lucharan dentro de ella.
-Ella me lo pidió-repitió él con voz inexpresiva pero firme.
    Y por un instante, sintió que ella comprendía lo que realmente quería decir con aquellas palabras.

    Con una cerveza en la mano, una petaca secreta en el bolsillo y su imprescindible cigarro entre los labios, Gerard es sacado de sus recuerdos por un golpe y una exclamación de su hermano Mikey.
-¡Gee, no te lo vas a creer! ¡Está aquí!
    Realmente le importa un pimiento, pero formula la pregunta que él espera:
-¿Quién?
-¡Amy!-Gerard por poco deja caer el cigarro-. En carne y hueso, te lo aseguro. Pero parece que le ha cogido mucho cariño al enano ése con el que anda últimamente…-le ve fruncir el ceño, decepcionado en su ilusión.
-¿A qué te refieres?
    Mikey le señala un punto, y Gerard los ve a lo lejos. Amy sonríe…mientras, agarrada de su mano, el bufón le susurra algo al oído.
    Se ve sorprendido por su propia sangre, que arde en sus venas sin sentido. No debería ser así… no debería importarle lo más mínimo. Incluso, debería alegrarse de que hubiera alguien que consiguiera hacerla sonreír.
    Pero aunque ellos son bastante discretos en comparación con el resto de parejas, cada gesto de cariño se le clava como un hierro ardiendo en las entrañas.
-Creí que Black no era de venir a este tipo de fiestas…
-…de ninguna en general-su hermano parece algo triste. ¿Hasta aquel punto había llegado aquel enamoramiento casi infantil de su hermano? Porque él simplemente estaba obsesionado con la imagen que se había creado en su cabeza, él no sabía… Él no la conocía.
    Y al parecer, él tampoco.
-En fin, no creo que duren mucho-trata de aparentar la máxima indiferencia, pero ya nota los ojos de Ray clavados en él. Deshaciéndose de la lata de cerveza vacía, se aleja sin decir una palabra, dejando un rastro de humo a su paso.

    Era una noche lluviosa. Ya había pasado el primer mes de aquel verano, y Gerard estaba en la terraza a pesar de la lluvia, fumando a escondidas. A veces, cuando la necesidad era muy grande, acababa por fumar allí. Desde hacía un par de días, no había vuelto a su rincón favorito. Por lo que había podido entender, las cosas en casa de la pequeña Amy no iban muy bien. La madre andaba de mal humor casi siempre e incluso había acabado gritándole a él, lo que por poco había terminado en su expulsión definitiva de la casa, debido a su carácter rebelde. Sólo la expresión en la cara de Amy le había hecho morderse la lengua. Además, estaba seguro de que todo era por el padre. No parecía parar mucho por la casa, y las veces que él le había visto no paraba de discutir con la madre.
    Gerard pensaba en la pequeña Amy. Una personita tan fuerte en apariencia pero tan frágil en realidad, en medio de todo aquel caos. Le daba la impresión de que gracias al serio pero amable Thomas las cosas se veían un poco mejores para ella, pero aún así… Amy era muy lista. Y muy sensible. No tardaría en derrumbarse ella también.
    Cuando, en mitad de un relámpago, la vio en el jardín, creyó haber tenido una alucinación. Pero al minuto siguiente la oyó llamarle desde abajo, seguramente porque le había visto en la terraza. Gerard aún se quedó un momento paralizado, antes de ordenarle que se quedara donde estaba y bajar corriendo.
    Salió fuera y la buscó con la mirada, y en cuestión de segundos ella se le había echado encima llorando. La apretó aún un momento bajo la fuerte lluvia, antes de levantarla en volandas y meterla dentro con rapidez.
-¡Gee, Gee, Gee…!-ella no paraba de repetir su nombre entre sollozos.
    En la entrada estaba su abuela Elena. Les miró sin decir nada, mientras Gerard trataba de averiguar por qué la pequeña estaba allí. La hizo mirarle a los ojos, tratando de tranquilizarla para que pudiera hablar con coherencia.
-Gritan…gritan mucho…tenía miedo…tenía miedo-ella se enterró de nuevo en su pecho, sollozando tan fuerte que las convulsiones parecían bastante violentas.
    Sin una sola pregunta, su abuela se acercó y con voz dulce se llevó a la pequeña con la promesa de un chocolate caliente y toallas para secar su cuerpecito empapado por la lluvia. Había hecho todo el camino hacia aquí, ella sola en mitad de la noche, bajo una tormenta y una lluvia densa.
    Más tarde, cuando ella se quedó dormida en sus brazos, sentado él en un sillón y ella en su regazo, notó los ojos interrogantes pero no inquisitorios de su abuela posarse sobre él. Él, simplemente, suspiró.
    No podía dar una explicación de algo que él mismo no entendía.  

miércoles, 22 de junio de 2011

4. TILL WE FIND OUR WAY IN THE DARK


    Cuando Gerard despierta, al principio no es consciente de dónde está. Bajo él siente el crujido inconfundible de un sofá de cuero, y cuando mira alrededor la vista no es del todo agradable; botellas de whisky, envoltorios de plástico, cajas de pizza con su propio microcosmos, restos de desfase y delirio por todas partes. Ha sido una buena fiesta, sin duda… Pero la náusea que siente en la boca de su garganta, ¿es la resaca o algo más?
    Se enciende un cigarro, y mientras el humo perfila formas sinuosas en el aire, los recuerdos vuelven a asaltarle. Un par de fríos témpanos, mechones rubios revueltos por la brisa, y los diamantes resbalando por su cara.
    Se tapa el rostro con las manos, inspira hondo. Tantos años… tantos años. Anoche necesitó una dosis extra para poder borrar esa imagen. Pero es sólo pasajero. Por la mañana, siguen esperándole sus fantasmas y sus miedos.
    Necesita un trago.

    Cuando Amy pega un sorbo al café, le asalta el repentino pensamiento de que, tal vez, le iría bien un lingotazo. Un chorrito de whisky oculto en la espuma generosa de su capuchino. Se relame los labios, afeitándose ese bigote blanco, y disfruta especialmente del momento.
    Hasta que él aparece por la puerta.
-Buenos días…-Frank parece más tímido de lo normal. No se esperaba un saludo tan falto de energía, de alguna gamberrada o mueca haciéndole burla.
    Eso la pone aún más incómoda.
-…días-su gruñido es incluso más brusco de lo normal. Se refugia en su taza, intentando no pensar.
    Frank se acaba de preparar el desayuno que ella ya le ha dispuesto a la mitad. Si Amy se siente incómoda, lo de Frank ya sobrepasa el límite. Anoche, con las emociones a flor de piel, los dos… Es decir, nunca se hubiera imaginado diciendo una cosa así, no en aquel momento. Al menos. Arg, ya no sabe nada.
    Intentando alejar sus pensamientos de aquella cocina, y sobre todo de su pequeño merodeador, Amy se encuentra dibujando en su mente la playa, el sol, la brisa… los acantilados. Pequeñas columnas de humo… y el fuego dividido en hilos de azafrán.
    Es extraño, pero le fascina tanto verle fumar. En su mente, Amy ve sus dedos coger con delicadeza el pitillo, llevárselo a la boca, apretar para inhalar el humo, y luego dejarlo salir, creando confusas formas, dándole un aura… Tal vez es eso. El aura de misterio. Ésa que lleva consigo aunque no haya tabaco en kilómetros de redonda.
    Tiene veinticuatro años. Quién sabe lo que habrá visto con aquellos hipnotizantes ojos esmeralda. Y ella… ella, por mucho que le fastidie, aún es una niña que sigue teniendo miedo.
    Frank rompe el silencio dejando caer sin querer el café, al quemarse con la taza aún demasiado caliente. Se hace añicos contra el suelo, y el café está a punto de abrasarles a los dos en su salpicadura. De hecho, algo cae encima de Amy, aunque nada en parte descubierta, pero Frank va hacia ella preocupado.
-¡Lo siento, lo siento!-le coge de los brazos que ella ha puesto cruzados delante de ella en un acto reflejo-. A ver… ¿te ha caído encima? ¿Estás bien?
    A pesar de sentirse incómoda, Amy no puede resistirse al cariño y la devoción de Frank. Siempre atento, siempre alerta. Apenas lleva un par de semanas allí… y se preocupa más por ella que nadie que haya conocido en toda su vida. ¿Cómo? ¿De dónde… de dónde sale todo aquello? ¿Qué tiene ella para merecer…?
    Frank parece entonces darse cuenta de la situación, y la suelta con suavidad, apartándose un poco de ella.
-No parece que te hayas hecho daño… Lo siento, debería haber tenido más cuidado-se lleva una mano a la cabeza, y se vuelve, empezando a limpiarlo todo.
    Amy se queda aún un momento en trance mirándole limpiar, y entonces… Frank deja soltar el mango de la fregona, que cae con estrépito al suelo, cuando nota un fuerte empujón en su espalda. Amy le abraza con fuerza por detrás, y susurra cosas de la que él sólo capta palabras sueltas.
-No me voy a ir. No te vas a ir. Para siempre-le entiende por fin entre el balbuceo de sus sollozos.
    Frank ríe con ganas, y haciéndola soltarse con delicadeza, se da la vuelta para quedar frente a ella. El frío azul se funde con el calor marrón, en un abrazo que llega más allá de la piel. Él le limpia lágrimas con la mano, ella sonríe.
    Una exclamación de sorpresa que no puede evitar sale de Frank.
-¿Qué?-pregunta ella sorprendida y algo violenta de nuevo.
-¿Eso era una sonrisa? ¿Una sonrisa de verdad?
    Ella le suelta un rápido, y bien fuerte, golpe en el hombro, pero por primera vez ríe a carcajadas, con una risa sincera, que le sale de las entrañas. Frank ríe con ella, y se abalanza sobre ella derribándola, con lo que consigue que otra vez frunza el ceño y le golpee con brazos y piernas intentando liberarse de su presa.
    Cuando ambos se cansan demasiado para seguir peleando, entre respiraciones entrecortadas vuelven a reír suavemente, allí tumbados en las frías baldosas. Ella baja la mirada, y él sonríe con ternura.
-¿Pase lo que pase?-dice ella en un hilo de voz al suelo.
    Él la obliga a levantar la mirada, y le mira fijamente a los ojos. Sin decir nada, la abraza con fuerza, y aunque ella se tensa al principio, luego se deja caer, se acurruca en aquel calorcito y se aferra con ambas manos a su jersey.
-No quiero mentirte. Pero sí puedo decir que juntos podemos huir lejos. Siempre que quieras.

   
    Suena un móvil en vibración. Gerard, distraído con el humo, no parece notarlo. Hasta que debe sentirla en la piel, y se saca el móvil del bolsillo. Es Ray.
-¿Gerard? ¿Dónde estás?
    Él mira alrededor.
-…en alguna parte.
    Oye el suspiro al otro lado del teléfono.
-¿Te lo pasaste bien al menos?
    Contesta con un sonido indescifrable.
-¿Está Mikey contigo?
-No-dice él bruscamente.
-Sabes que no me gusta lo que te haces, pero aún menos que puedas arrastrar a Mikey…quiero decir…-enmudece, temiendo decir cosas que podrían estar de más.
-Sé muy bien cómo mantener alejado a mi hermano, no te preocupes.
-Lo sé-otro suspiro-. Lo sé… Sé lo mucho que quieres a tu hermano.
-Pues entonces-suelta él con fastidio.
-Sólo una cosa, Gerard-él escucha atentamente-. Esto es… ¿por esa chica? La tal Amy.
-Ray, ¿tú me conoces en algo en absoluto?
    Se hace el silencio al otro lado. Luego un murmullo, y finalmente:
-Perdona. Mantente a salvo, ¿quieres? Esta tarde vamos al garaje. Dime que te pasarás.
-Claro, allí estaré.
    Cuando finalmente cuelga, Gerard siente el furioso impulso de lanzar el móvil contra la pared. ¿Por ella…? Por ella. Sí, por ella.
    Se dobla hacia delante, se convulsiona, y finalmente, el lamento de un niño encerrado en cuerpo adulto, el Peter Pan del Nunca Jamás oscuro y sangriento. Quejidos lastimosos y hasta patéticos. Lágrimas que llevan un nombre escrito. Y un olor. Y el pinchazo de unas agujas de hielo.

    Con catorce años, Gerard ya estaba bastante harto del mundo en el que le había tocado vivir. Pasar las vacaciones en California era, al menos, un cambio. Habiéndose criado en New Jersey, aquel espectáculo era digno de ver. Tan distinto de su tierra natal… Luz, luz y más luz. Sintió náuseas.
    Mikey, a su lado, lo miraba todo con los ojos del niño que aún era. Incluso sonreía entusiasmado, y Gerard no pudo evitar esbozar una media sonrisa al verlo. Aquel sitio era amplio y confortable. A partir de entonces, gracias a la generosidad de unos parientes, iban a pasar las vacaciones allí. Incluso su abuela Elena ha venido, lo cual le alegra mucho.
    Cuando se decidió a explorar los alrededores (que traducido, era encontrar un rincón donde poder fumar tranquilamente), se había encontrado con una personita que vestía de manera algo inusual para su edad. Lo que llamó su atención en un principio fue la frase de su camiseta: “Please, please, please, let me get what I want”. Se preguntaba quién le habría dado esa camiseta a aquella muñequita. Porque con sus cabellos rubios atados en dos coletas, aquellos ojazos azules enmarcados por largas pestañas, y aquellos morros que se fruncían como en un gesto de fastidio, parecía una muñeca de porcelana. Las muñecas de porcelana, a decir verdad, le daban cierto escalofrío; pero al ver el ceño fruncido de aquella, no pudo más que sonreír y acercarse. Bueno, más bien, fue ella quien corrió hacia él y se frenó de repente a centímetros, mirándole fijamente con su ceño fruncido, y entonces soltó:
-Te pareces al señor Moustache.
    Soltó una exclamación de sorpresa sin poderlo evitar.
-¿Qué?
-Tienes los mismos ojos-ella sigue a lo suyo, mirándole con ceño, como examinándole-. El señor Moustache desapareció. Pero tú no eres el señor Moustache.
-Claro que no, soy una persona-soltó él con desdén.
    Ella no se enrabietó, no empezó a llorar, como haría cualquier otra niña. Le miró fijamente, con aquellos ojos demasiado azules, siempre frunciendo el ceño.
-¿Cómo puedes estar tan seguro?
    Y sin darle tiempo a reaccionar y contestar, sin una palabra más, se alejó dando saltitos, y se metió dentro de la que debía ser su casa.

    Frank está muy contento. No sólo porque Amy ha dicho que le va a enseñar a nadar, sino porque lo ha hecho con una gran sonrisa. Cuando entra en su habitación, la ilumina con una luz más fuerte y devastadora que el sol de California. Amy, la supernova. Le agarra y lo levanta de la cama, donde afortunadamente ya había posado con cuidado la guitarra.
-¿Hay una fiesta o algo?-ríe él.
-Te dije que te iba a enseñar a nadar, así que vamos-lo lleva hacia la puerta.
-Pero ¡espera, espera, espera!-le frena él-. Tendré que ponerme el bañador y esas cosas, ¿no? ¿O pretendes que me meta al mar en pelotas?
    Amy le mira algo confundida al principio, incómoda después.
-No, claro que no-gruñe.
    Él, con una sonrisa torcida, se le acerca hasta casi abrazarla.
-Igual era eso lo que querías…meternos desnudos al mar…y aprender a nadar.
    No entiende cómo la palabra “nadar” puede sonar de aquella manera tan obscena, y más proveniente de los labios del adorable Frank. Amy se sonroja violentamente, y pegándole un puñetazo se separa de él, yendo hacia la puerta.
-Coge tus cosas, pervertido, te espero en la entrada en quince minutos.

    La verdad es que, debido al incidente, ahora Frank contempla el mar con mucho más respeto…e incluso algo de miedo. Coloca sus cosas y se desviste muy lentamente. No como Amy, que enseguida se ha deshecho de su ropa y camina con su andar felino hasta la orilla, para luego dejarse abrazar por las olas hasta desaparecer. Frank siente un absurdo pánico, y cuando ve aparecer de nuevo su cabello mojado, un absurdo alivio. Ella le llama con impaciencia desde el agua. Sonríe. Adora aquel ceño fruncido de una manera tan extraña como repentina.
    Amy, que estaba nadando ya en lo profundo, se le acerca cuando le ve meterse en el agua. Él da cada paso con más prudencia de la normal. Cuando quiere darse cuenta, Amy se le ha tirado encima, intentando hacerle una ahogadilla. Pero no tiene mucha fuerza, y Frank se libra de ella fácilmente.
-¡Muy bonito! ¿Así es como piensas ayudarme a superar el trauma, y que no me vuelva a pasar?-forcejean, y él siente un calor en el pecho cuando ella ríe a carcajadas que nada tiene que ver con el ardiente sol.
-A ver, a ver, seamos serios.
    Él resopla al oírla decir eso.
-¿Por dónde empezamos?-dice con voz suave y algo cortado. Vuelve a parecer un niño pequeño, y Amy sonríe levemente.
    Tras un par de explicaciones, Frank ya da unas cuantas brazadas fiables, allí donde no cubre, claro. Ella le sujeta por el estómago como hicieron con ella cuando aprendió, y le da órdenes cual sargento del ejército, lo que deja a Frank muerto entre la risa y la irritación. Con algunas discusiones, consiguen un buen trabajo.
-Muy bien, con fuerza, con decisión. Si dudas, el mar te come.
    Frank deja de nadar y se vuelve hacia ella.
-¿El mar te come? ¿Como…así, por ejemplo?-y le pega un juguetón mordisco en el hombro, haciendo que ella se abalance sobre él en busca de venganza.
    Cuando el forcejeo disminuye su velocidad, él le aparta el pelo que se le ha quedado sobre los ojos, ella en respuesta, ocultando su incomodidad, le revuelve el suyo. Están cubiertos hasta el cuello de agua, y Frank se fija en el brillo que las gotas de mar hacen en sus labios. Frío contra calor, se encuentran en una mirada. Ella siente las cosquillas de su aliento en su oreja, y entonces Frank roza suavemente sus labios con los suyos.
    Amy salta hacia atrás, como sacudida por una descarga eléctrica, apartándose unos cuantos pasos. Frank, avergonzado, se lleva la mano a la nuca, frotándosela.
-Lo…siento.
    Ella mantiene la vista apartada, sin saber qué decir. Cuando ve que él echa a andar hacia la orilla, parece reaccionar.
-No, Frank-él se vuelve bruscamente-. Yo, lo siento yo. Es…
-Es el Azafrán, ¿verdad?-dice entonces él.
    Se le congela la sangre en las venas. ¿El… Azafrán? Entonces recuerda que así es como Frank llamaba a Gerard, desde aquel primer día que ella describió su pelo.
    Cuando la ve apartar nuevamente la mirada, Frank no necesita respuesta. En realidad, no la necesitaba, porque él ya lo sabía. Estaba seguro, desde el primer día que el Azafrán se rió de sus payasadas en la arena.
    Pero al verla haciendo esfuerzos por sostenerse de pie, a punto de caer de nuevo, se acerca a ella y la coge por los brazos, levantándola. Ella le mira, sus helados ojos transformados en turquesa por el agua del mar… y tal vez algo más.
-Creo que necesitas un pequeño recuerdo-dice él con una sonrisa. Al ver el interrogante en los ojos de ella, sonríe aún más-. No me voy a ir.
-No te vas a ir-dice ella con una sonrisa temblorosa.
-Par…-empieza a decir él, pero ella le pone una mano en los labios.
-Si no prometemos un para siempre… ¿me dejarás quererte hoy?
    Por toda respuesta, con un abrazo que la levanta del suelo, vuelve a besarla. Los labios de ella están fríos, pero tan suaves… Acaban fundiéndose como la espuma de una ola se mezcla con la siguiente, haciendo que no sepas cuál es cuál.


     Gerard fumaba a escondidas en un rincón perfecto, el mismo donde se había encontrado con aquella niña tan peculiar. Era una de las pocas formas de relajarse… Cuando se disipó el humo de aquella calada, allí estaba. Mirándole fijamente con el ceño fruncido. Se le acercó dando saltitos que no cuadraban con su expresión. Demasiado madura para una niña de siete años.
-El tabaco es malo-dijo simplemente.
-Hay cosas peores-contestó él con indiferencia.
-Pero me contaminas mi rincón-soltó ella, nada intimidada por su pose de “malote”.
    Estuvo a punto de mandarla a la mierda, pero entonces tiró el cigarro al suelo y lo apagó con la punta del pie.
-Lo siento. Ya está.
    Ella pareció sonreír por fin. Tirándose de las coletas, dijo:
-Mi película favorita es Pesadilla Antes de Navidad.
    Sin saber muy bien qué decir, Gerard contestó:
-Es una buena peli, sin duda. Pero…
-Yo quiero al esqueleto en la pared de mi cuarto. Un dibujo grande y bonito, para ver su sonrisa todas las mañanas y antes de acostarme-explicó ella con ojos soñadores-. Pero yo no sé hacerlo, y nadie quiere dibujármelo-bajó la mirada.
    Gerard se quedó esperando, intentando averiguar a dónde llevaba todo aquello, algo confuso por la actitud de aquella niña.
-¿Me lo harías tú?-preguntó ella con voz cantarina, llena de esperanza.
    Él resopló por la sorpresa.
-¿Yo?
-Sí. Tú sabes dibujar, ¿verdad? Y seguro que muy bien-sonrió angelical-. Me he dado cuenta, te miro cuando vienes aquí a envenenarte, todos los días. Lo pienso siempre, “seguro que hace unos dibujos muy bonitos”.
    La miró con ojos como platos.
-Pero…yo…no…
-Vamos, ven-le agarró ella con su manita del brazo, tirando de él hacia la casa-. Yo te daré pinturas y papel para que me hagas un dibujo bonito de Jack.
-Espera, espera-la obligó a frenarse, y a mirarle a los ojos-. No creo que a tus padres les hiciera mucha gracia, ¿entiendes?
    Una sombra pareció oscurecer la luz de sus ojos infantiles.
-A papá y mamá ya nada les hace gracia-dijo en voz muy baja, apartando la mirada-. Además, sólo está Thomas, y Thomas es muy bueno-volvió a tirar de él, pero él volvió a frenarla.
-Lo siento, pero se me ha hecho muy tarde, y me van a reñir si no vuelvo.
    La niña puso la cara más triste que había visto nunca, y las lágrimas transformaron en turquesa el color de sus ojos.
-Pero volveré-le cogió él por la barbilla, obligándola a mirarle-. Mañana, si quieres.
    Pareció iluminarse de nuevo.
-¿Y me pintarás un Jack bien bonito?
-Haré lo que pueda-se encogió él de hombros.
-Yo me llamo Amy, ¿tú?
-Gerard-esbozó una media sonrisa, contagiado por su alegría.
-Gee-dijo ella con voz cantarina-. Gee, ¿volverás mañana entonces?
-Claro.
    La observó volver dentro de la casa, con su andar saltarín, tarareando la frase de su camiseta, aquella que llevaba la primera vez que la vio. Gerard dejó escapar una exclamación de sorpresa que a la vez era medio una risa, y se dio la vuelta, volviendo a casa, algo deprisa porque en efecto era bastante tarde.
   Estaba seguro de que cumpliría esa promesa, tanto como del cigarro que decidió no fumar en el camino de vuelta.