miércoles, 22 de junio de 2011

4. TILL WE FIND OUR WAY IN THE DARK


    Cuando Gerard despierta, al principio no es consciente de dónde está. Bajo él siente el crujido inconfundible de un sofá de cuero, y cuando mira alrededor la vista no es del todo agradable; botellas de whisky, envoltorios de plástico, cajas de pizza con su propio microcosmos, restos de desfase y delirio por todas partes. Ha sido una buena fiesta, sin duda… Pero la náusea que siente en la boca de su garganta, ¿es la resaca o algo más?
    Se enciende un cigarro, y mientras el humo perfila formas sinuosas en el aire, los recuerdos vuelven a asaltarle. Un par de fríos témpanos, mechones rubios revueltos por la brisa, y los diamantes resbalando por su cara.
    Se tapa el rostro con las manos, inspira hondo. Tantos años… tantos años. Anoche necesitó una dosis extra para poder borrar esa imagen. Pero es sólo pasajero. Por la mañana, siguen esperándole sus fantasmas y sus miedos.
    Necesita un trago.

    Cuando Amy pega un sorbo al café, le asalta el repentino pensamiento de que, tal vez, le iría bien un lingotazo. Un chorrito de whisky oculto en la espuma generosa de su capuchino. Se relame los labios, afeitándose ese bigote blanco, y disfruta especialmente del momento.
    Hasta que él aparece por la puerta.
-Buenos días…-Frank parece más tímido de lo normal. No se esperaba un saludo tan falto de energía, de alguna gamberrada o mueca haciéndole burla.
    Eso la pone aún más incómoda.
-…días-su gruñido es incluso más brusco de lo normal. Se refugia en su taza, intentando no pensar.
    Frank se acaba de preparar el desayuno que ella ya le ha dispuesto a la mitad. Si Amy se siente incómoda, lo de Frank ya sobrepasa el límite. Anoche, con las emociones a flor de piel, los dos… Es decir, nunca se hubiera imaginado diciendo una cosa así, no en aquel momento. Al menos. Arg, ya no sabe nada.
    Intentando alejar sus pensamientos de aquella cocina, y sobre todo de su pequeño merodeador, Amy se encuentra dibujando en su mente la playa, el sol, la brisa… los acantilados. Pequeñas columnas de humo… y el fuego dividido en hilos de azafrán.
    Es extraño, pero le fascina tanto verle fumar. En su mente, Amy ve sus dedos coger con delicadeza el pitillo, llevárselo a la boca, apretar para inhalar el humo, y luego dejarlo salir, creando confusas formas, dándole un aura… Tal vez es eso. El aura de misterio. Ésa que lleva consigo aunque no haya tabaco en kilómetros de redonda.
    Tiene veinticuatro años. Quién sabe lo que habrá visto con aquellos hipnotizantes ojos esmeralda. Y ella… ella, por mucho que le fastidie, aún es una niña que sigue teniendo miedo.
    Frank rompe el silencio dejando caer sin querer el café, al quemarse con la taza aún demasiado caliente. Se hace añicos contra el suelo, y el café está a punto de abrasarles a los dos en su salpicadura. De hecho, algo cae encima de Amy, aunque nada en parte descubierta, pero Frank va hacia ella preocupado.
-¡Lo siento, lo siento!-le coge de los brazos que ella ha puesto cruzados delante de ella en un acto reflejo-. A ver… ¿te ha caído encima? ¿Estás bien?
    A pesar de sentirse incómoda, Amy no puede resistirse al cariño y la devoción de Frank. Siempre atento, siempre alerta. Apenas lleva un par de semanas allí… y se preocupa más por ella que nadie que haya conocido en toda su vida. ¿Cómo? ¿De dónde… de dónde sale todo aquello? ¿Qué tiene ella para merecer…?
    Frank parece entonces darse cuenta de la situación, y la suelta con suavidad, apartándose un poco de ella.
-No parece que te hayas hecho daño… Lo siento, debería haber tenido más cuidado-se lleva una mano a la cabeza, y se vuelve, empezando a limpiarlo todo.
    Amy se queda aún un momento en trance mirándole limpiar, y entonces… Frank deja soltar el mango de la fregona, que cae con estrépito al suelo, cuando nota un fuerte empujón en su espalda. Amy le abraza con fuerza por detrás, y susurra cosas de la que él sólo capta palabras sueltas.
-No me voy a ir. No te vas a ir. Para siempre-le entiende por fin entre el balbuceo de sus sollozos.
    Frank ríe con ganas, y haciéndola soltarse con delicadeza, se da la vuelta para quedar frente a ella. El frío azul se funde con el calor marrón, en un abrazo que llega más allá de la piel. Él le limpia lágrimas con la mano, ella sonríe.
    Una exclamación de sorpresa que no puede evitar sale de Frank.
-¿Qué?-pregunta ella sorprendida y algo violenta de nuevo.
-¿Eso era una sonrisa? ¿Una sonrisa de verdad?
    Ella le suelta un rápido, y bien fuerte, golpe en el hombro, pero por primera vez ríe a carcajadas, con una risa sincera, que le sale de las entrañas. Frank ríe con ella, y se abalanza sobre ella derribándola, con lo que consigue que otra vez frunza el ceño y le golpee con brazos y piernas intentando liberarse de su presa.
    Cuando ambos se cansan demasiado para seguir peleando, entre respiraciones entrecortadas vuelven a reír suavemente, allí tumbados en las frías baldosas. Ella baja la mirada, y él sonríe con ternura.
-¿Pase lo que pase?-dice ella en un hilo de voz al suelo.
    Él la obliga a levantar la mirada, y le mira fijamente a los ojos. Sin decir nada, la abraza con fuerza, y aunque ella se tensa al principio, luego se deja caer, se acurruca en aquel calorcito y se aferra con ambas manos a su jersey.
-No quiero mentirte. Pero sí puedo decir que juntos podemos huir lejos. Siempre que quieras.

   
    Suena un móvil en vibración. Gerard, distraído con el humo, no parece notarlo. Hasta que debe sentirla en la piel, y se saca el móvil del bolsillo. Es Ray.
-¿Gerard? ¿Dónde estás?
    Él mira alrededor.
-…en alguna parte.
    Oye el suspiro al otro lado del teléfono.
-¿Te lo pasaste bien al menos?
    Contesta con un sonido indescifrable.
-¿Está Mikey contigo?
-No-dice él bruscamente.
-Sabes que no me gusta lo que te haces, pero aún menos que puedas arrastrar a Mikey…quiero decir…-enmudece, temiendo decir cosas que podrían estar de más.
-Sé muy bien cómo mantener alejado a mi hermano, no te preocupes.
-Lo sé-otro suspiro-. Lo sé… Sé lo mucho que quieres a tu hermano.
-Pues entonces-suelta él con fastidio.
-Sólo una cosa, Gerard-él escucha atentamente-. Esto es… ¿por esa chica? La tal Amy.
-Ray, ¿tú me conoces en algo en absoluto?
    Se hace el silencio al otro lado. Luego un murmullo, y finalmente:
-Perdona. Mantente a salvo, ¿quieres? Esta tarde vamos al garaje. Dime que te pasarás.
-Claro, allí estaré.
    Cuando finalmente cuelga, Gerard siente el furioso impulso de lanzar el móvil contra la pared. ¿Por ella…? Por ella. Sí, por ella.
    Se dobla hacia delante, se convulsiona, y finalmente, el lamento de un niño encerrado en cuerpo adulto, el Peter Pan del Nunca Jamás oscuro y sangriento. Quejidos lastimosos y hasta patéticos. Lágrimas que llevan un nombre escrito. Y un olor. Y el pinchazo de unas agujas de hielo.

    Con catorce años, Gerard ya estaba bastante harto del mundo en el que le había tocado vivir. Pasar las vacaciones en California era, al menos, un cambio. Habiéndose criado en New Jersey, aquel espectáculo era digno de ver. Tan distinto de su tierra natal… Luz, luz y más luz. Sintió náuseas.
    Mikey, a su lado, lo miraba todo con los ojos del niño que aún era. Incluso sonreía entusiasmado, y Gerard no pudo evitar esbozar una media sonrisa al verlo. Aquel sitio era amplio y confortable. A partir de entonces, gracias a la generosidad de unos parientes, iban a pasar las vacaciones allí. Incluso su abuela Elena ha venido, lo cual le alegra mucho.
    Cuando se decidió a explorar los alrededores (que traducido, era encontrar un rincón donde poder fumar tranquilamente), se había encontrado con una personita que vestía de manera algo inusual para su edad. Lo que llamó su atención en un principio fue la frase de su camiseta: “Please, please, please, let me get what I want”. Se preguntaba quién le habría dado esa camiseta a aquella muñequita. Porque con sus cabellos rubios atados en dos coletas, aquellos ojazos azules enmarcados por largas pestañas, y aquellos morros que se fruncían como en un gesto de fastidio, parecía una muñeca de porcelana. Las muñecas de porcelana, a decir verdad, le daban cierto escalofrío; pero al ver el ceño fruncido de aquella, no pudo más que sonreír y acercarse. Bueno, más bien, fue ella quien corrió hacia él y se frenó de repente a centímetros, mirándole fijamente con su ceño fruncido, y entonces soltó:
-Te pareces al señor Moustache.
    Soltó una exclamación de sorpresa sin poderlo evitar.
-¿Qué?
-Tienes los mismos ojos-ella sigue a lo suyo, mirándole con ceño, como examinándole-. El señor Moustache desapareció. Pero tú no eres el señor Moustache.
-Claro que no, soy una persona-soltó él con desdén.
    Ella no se enrabietó, no empezó a llorar, como haría cualquier otra niña. Le miró fijamente, con aquellos ojos demasiado azules, siempre frunciendo el ceño.
-¿Cómo puedes estar tan seguro?
    Y sin darle tiempo a reaccionar y contestar, sin una palabra más, se alejó dando saltitos, y se metió dentro de la que debía ser su casa.

    Frank está muy contento. No sólo porque Amy ha dicho que le va a enseñar a nadar, sino porque lo ha hecho con una gran sonrisa. Cuando entra en su habitación, la ilumina con una luz más fuerte y devastadora que el sol de California. Amy, la supernova. Le agarra y lo levanta de la cama, donde afortunadamente ya había posado con cuidado la guitarra.
-¿Hay una fiesta o algo?-ríe él.
-Te dije que te iba a enseñar a nadar, así que vamos-lo lleva hacia la puerta.
-Pero ¡espera, espera, espera!-le frena él-. Tendré que ponerme el bañador y esas cosas, ¿no? ¿O pretendes que me meta al mar en pelotas?
    Amy le mira algo confundida al principio, incómoda después.
-No, claro que no-gruñe.
    Él, con una sonrisa torcida, se le acerca hasta casi abrazarla.
-Igual era eso lo que querías…meternos desnudos al mar…y aprender a nadar.
    No entiende cómo la palabra “nadar” puede sonar de aquella manera tan obscena, y más proveniente de los labios del adorable Frank. Amy se sonroja violentamente, y pegándole un puñetazo se separa de él, yendo hacia la puerta.
-Coge tus cosas, pervertido, te espero en la entrada en quince minutos.

    La verdad es que, debido al incidente, ahora Frank contempla el mar con mucho más respeto…e incluso algo de miedo. Coloca sus cosas y se desviste muy lentamente. No como Amy, que enseguida se ha deshecho de su ropa y camina con su andar felino hasta la orilla, para luego dejarse abrazar por las olas hasta desaparecer. Frank siente un absurdo pánico, y cuando ve aparecer de nuevo su cabello mojado, un absurdo alivio. Ella le llama con impaciencia desde el agua. Sonríe. Adora aquel ceño fruncido de una manera tan extraña como repentina.
    Amy, que estaba nadando ya en lo profundo, se le acerca cuando le ve meterse en el agua. Él da cada paso con más prudencia de la normal. Cuando quiere darse cuenta, Amy se le ha tirado encima, intentando hacerle una ahogadilla. Pero no tiene mucha fuerza, y Frank se libra de ella fácilmente.
-¡Muy bonito! ¿Así es como piensas ayudarme a superar el trauma, y que no me vuelva a pasar?-forcejean, y él siente un calor en el pecho cuando ella ríe a carcajadas que nada tiene que ver con el ardiente sol.
-A ver, a ver, seamos serios.
    Él resopla al oírla decir eso.
-¿Por dónde empezamos?-dice con voz suave y algo cortado. Vuelve a parecer un niño pequeño, y Amy sonríe levemente.
    Tras un par de explicaciones, Frank ya da unas cuantas brazadas fiables, allí donde no cubre, claro. Ella le sujeta por el estómago como hicieron con ella cuando aprendió, y le da órdenes cual sargento del ejército, lo que deja a Frank muerto entre la risa y la irritación. Con algunas discusiones, consiguen un buen trabajo.
-Muy bien, con fuerza, con decisión. Si dudas, el mar te come.
    Frank deja de nadar y se vuelve hacia ella.
-¿El mar te come? ¿Como…así, por ejemplo?-y le pega un juguetón mordisco en el hombro, haciendo que ella se abalance sobre él en busca de venganza.
    Cuando el forcejeo disminuye su velocidad, él le aparta el pelo que se le ha quedado sobre los ojos, ella en respuesta, ocultando su incomodidad, le revuelve el suyo. Están cubiertos hasta el cuello de agua, y Frank se fija en el brillo que las gotas de mar hacen en sus labios. Frío contra calor, se encuentran en una mirada. Ella siente las cosquillas de su aliento en su oreja, y entonces Frank roza suavemente sus labios con los suyos.
    Amy salta hacia atrás, como sacudida por una descarga eléctrica, apartándose unos cuantos pasos. Frank, avergonzado, se lleva la mano a la nuca, frotándosela.
-Lo…siento.
    Ella mantiene la vista apartada, sin saber qué decir. Cuando ve que él echa a andar hacia la orilla, parece reaccionar.
-No, Frank-él se vuelve bruscamente-. Yo, lo siento yo. Es…
-Es el Azafrán, ¿verdad?-dice entonces él.
    Se le congela la sangre en las venas. ¿El… Azafrán? Entonces recuerda que así es como Frank llamaba a Gerard, desde aquel primer día que ella describió su pelo.
    Cuando la ve apartar nuevamente la mirada, Frank no necesita respuesta. En realidad, no la necesitaba, porque él ya lo sabía. Estaba seguro, desde el primer día que el Azafrán se rió de sus payasadas en la arena.
    Pero al verla haciendo esfuerzos por sostenerse de pie, a punto de caer de nuevo, se acerca a ella y la coge por los brazos, levantándola. Ella le mira, sus helados ojos transformados en turquesa por el agua del mar… y tal vez algo más.
-Creo que necesitas un pequeño recuerdo-dice él con una sonrisa. Al ver el interrogante en los ojos de ella, sonríe aún más-. No me voy a ir.
-No te vas a ir-dice ella con una sonrisa temblorosa.
-Par…-empieza a decir él, pero ella le pone una mano en los labios.
-Si no prometemos un para siempre… ¿me dejarás quererte hoy?
    Por toda respuesta, con un abrazo que la levanta del suelo, vuelve a besarla. Los labios de ella están fríos, pero tan suaves… Acaban fundiéndose como la espuma de una ola se mezcla con la siguiente, haciendo que no sepas cuál es cuál.


     Gerard fumaba a escondidas en un rincón perfecto, el mismo donde se había encontrado con aquella niña tan peculiar. Era una de las pocas formas de relajarse… Cuando se disipó el humo de aquella calada, allí estaba. Mirándole fijamente con el ceño fruncido. Se le acercó dando saltitos que no cuadraban con su expresión. Demasiado madura para una niña de siete años.
-El tabaco es malo-dijo simplemente.
-Hay cosas peores-contestó él con indiferencia.
-Pero me contaminas mi rincón-soltó ella, nada intimidada por su pose de “malote”.
    Estuvo a punto de mandarla a la mierda, pero entonces tiró el cigarro al suelo y lo apagó con la punta del pie.
-Lo siento. Ya está.
    Ella pareció sonreír por fin. Tirándose de las coletas, dijo:
-Mi película favorita es Pesadilla Antes de Navidad.
    Sin saber muy bien qué decir, Gerard contestó:
-Es una buena peli, sin duda. Pero…
-Yo quiero al esqueleto en la pared de mi cuarto. Un dibujo grande y bonito, para ver su sonrisa todas las mañanas y antes de acostarme-explicó ella con ojos soñadores-. Pero yo no sé hacerlo, y nadie quiere dibujármelo-bajó la mirada.
    Gerard se quedó esperando, intentando averiguar a dónde llevaba todo aquello, algo confuso por la actitud de aquella niña.
-¿Me lo harías tú?-preguntó ella con voz cantarina, llena de esperanza.
    Él resopló por la sorpresa.
-¿Yo?
-Sí. Tú sabes dibujar, ¿verdad? Y seguro que muy bien-sonrió angelical-. Me he dado cuenta, te miro cuando vienes aquí a envenenarte, todos los días. Lo pienso siempre, “seguro que hace unos dibujos muy bonitos”.
    La miró con ojos como platos.
-Pero…yo…no…
-Vamos, ven-le agarró ella con su manita del brazo, tirando de él hacia la casa-. Yo te daré pinturas y papel para que me hagas un dibujo bonito de Jack.
-Espera, espera-la obligó a frenarse, y a mirarle a los ojos-. No creo que a tus padres les hiciera mucha gracia, ¿entiendes?
    Una sombra pareció oscurecer la luz de sus ojos infantiles.
-A papá y mamá ya nada les hace gracia-dijo en voz muy baja, apartando la mirada-. Además, sólo está Thomas, y Thomas es muy bueno-volvió a tirar de él, pero él volvió a frenarla.
-Lo siento, pero se me ha hecho muy tarde, y me van a reñir si no vuelvo.
    La niña puso la cara más triste que había visto nunca, y las lágrimas transformaron en turquesa el color de sus ojos.
-Pero volveré-le cogió él por la barbilla, obligándola a mirarle-. Mañana, si quieres.
    Pareció iluminarse de nuevo.
-¿Y me pintarás un Jack bien bonito?
-Haré lo que pueda-se encogió él de hombros.
-Yo me llamo Amy, ¿tú?
-Gerard-esbozó una media sonrisa, contagiado por su alegría.
-Gee-dijo ella con voz cantarina-. Gee, ¿volverás mañana entonces?
-Claro.
    La observó volver dentro de la casa, con su andar saltarín, tarareando la frase de su camiseta, aquella que llevaba la primera vez que la vio. Gerard dejó escapar una exclamación de sorpresa que a la vez era medio una risa, y se dio la vuelta, volviendo a casa, algo deprisa porque en efecto era bastante tarde.
   Estaba seguro de que cumpliría esa promesa, tanto como del cigarro que decidió no fumar en el camino de vuelta.

5 comentarios:

  1. AWWWWWWWWWWWWWWWWWW Me he enamorado de esta historia vale? Si alguna vez no comento mátame xD Te doy permiso.
    ¿Como pueden ser todos tan adorables? Me encantan los personajes, como los has creado <3
    Soy fan declarada de WDNASOC!

    ResponderEliminar
  2. Vale, se me ha borrado el comentario del Ipod, asíq eu voy a improvisar. Joder. Que mal se me da esto.
    A ver... Me ha parecido súper cuqui la historia de Gerard y Amy, es que aww <3 Aunque me he quedado con las ganas de saber qué iba a decir Gerard cuando Amy le interrumpe pidiéndole el dibujo xD Aunque el Gerardo es así como un poco pederasta, ¿no? lol.
    Y bueno, bueno... Frank es un coso tan jsdajsdafjsdafjsfsg que jo. No sé como describirlo. Pero me sabe mal porque Amy acabará con Gerard. (¡Há! Más quisiera yo). Me estan gustando más o menos todos los personajes, pero es que Gerard me ahdfashaf. Adoro los personajes malos/hijos de puta en los fics, siempre. Es lo típico: Si le viera en la vida real le hostiaria, pero en el fic queda bien. No sé, soy rara, you know xD
    Espero que vayas actualizando tan seguido como hasta ahora, no pierdas la inspiración.

    Y he hecho lo que he podido. >.<

    ResponderEliminar
  3. SOY MUY FAN DE LA HISTORIA.
    No vuelvas a describir con tanto detalle la forma de fumar de Gerard, no es buena para mi salud mental.

    ResponderEliminar
  4. aing. aing. aing. aing.

    Repito, me encanta cómo describes con tanto detalle cualquier cosa. ¡En serio, soy super fan!

    Y nada, que me como a Frank mil millones de billones de trillones de pares de veces (?), que Amy también es super cuqui, que Gerard... ains, Gerardillo xDD Y eso. Que me encanta. ¡Que voy a por el siguiente capítulo ya de YA!

    ResponderEliminar
  5. ¡¡¡¡¡NO SÉ POR DÓNDE EMPEZAR!!!!!

    Frank... ¡¡Ay Frank!! Como me lo siga comiendo no va a quedar nada. Es tan asdfghjkjhgfdsafghjkjhgfdsa

    Y Amy, de mayor me encanta, es la hostia. Pero de pequeña... ¡¡¡¡¡LA MADRE DEL CORDERO QUÉ COSITA MÁS RICA!!!! es mucho más que sdfghlkjhgfdasdfghjklasdfghjk

    Y Gerard, poco a poco va tomando protagonismo y me encanta el aire misterioso. Y coincido con Xoana, con tanto detalle de cómo fuma... ¡¡¡No puedo con mi vida!!!

    La manera en que decribes, como hasta ahora en todos los capítulos, excelente. Eres una jefaza.

    Bueno, la historia de Gerard y Amy, no me lo esperaba así para nada. No lograba imaginar en qué situación se podrían haber conocido. Me ha sorprendido gratamente. Me parece una situación muy divertida.

    Me sigo meando cada vez que leo "el Azafrán".

    Pues eso, que voy a seguir con la historia, ¡¡¡¡¡¡que me tienes enganchadísima!!!!!

    Un abrazo.

    ResponderEliminar