sábado, 8 de octubre de 2011

14 DON’T EVER THINK I’LL MAKE YOU TRY TO STAY

Por fin había logrado acercarse a la mansión. Gerard sintió un nudo en el estómago. Después de todo aquel tiempo… apenas unos días, pero una eternidad para él… Intentó prepararse mentalmente para lo que pudiera ver, pero sabía en el fondo que ninguna preparación surtiría efecto. ¿Y qué iba a hacer? ¿Qué haría con ella una vez la viera?
Se deslizó entre la vegetación, ágil y silencioso. Entre aquellos arbustos y árboles habían pasado tantas cosas… Se sintió estremecer cuando le abrumaron los recuerdos.
¿Por qué? Seis mil millones de personas en el mundo, y había tenido que ser ella. Precisamente ella. Miles de combinaciones en el caprichoso azar del Universo, innumerables caras entre la multitud, y entonces…
Entonces, ¡bum! El Universo, una fuerza ultraterrenal, lo que cojones fuera, había decidido arrastrarle a la perdición.
Una exclamación estrangulada en el mismo principio de la garganta le sobresaltó y casi le provocó un infarto. Se volvió bruscamente, y allí estaba.
Aunque… no estaba exactamente como la recordaba. Apenas era una sombra de la persona que había colapsado su oscuro pero tranquilo mundo.
-Gee…-ella lo miraba con ojos algo extraviados, como asustada. Pensó en que tal vez creía que él era una alucinación. No le extrañaría que ella se lo plantease, viendo el estado en el que se encontraba…
Pero al momento siguiente, ella se lanzó sobre él, estrechándole fuerte entre sollozos, con una energía que no le hubiera imaginado.
-Eres real, eres real, sí, eres real…-murmuraba ella, como delirando, aunque sabía que no era un producto de su mente.
Y algo pasó. Algo más fuerte que el choque de la aparición de ella en su mundo.
-Amy-dijo él con voz seca, áspera.
-Yo sabía que vendrías, tenías que venir, no podías… Supongo que te ha sido imposible venir antes, pero…-le besaba por todas partes, agarró sus labios finos y fríos con los propios carnosos y sedientos, sólo para darse cuenta de que Gerard no le devolvía el abrazo, y permanecía inmutable ante su beso.
-Escúchame-prosiguió él con su tono extraño cuando ella se separó de él sorprendida, y…y… ¿qué era lo que veía en el fondo de sus ojos? Gerard sacó fuerzas no sabía de dónde para continuar-. Amy… he venido a hablar.
-Palabras, tonterías, Gee-dijo entonces ella animándose quién sabía cómo-. Tú y yo no necesitamos palabras. Las usamos, las manejamos y las dominamos, pero no las necesitamos, ¿recuerdas?
-Has de entender…
-¡No!-gritó ella, doblándose por la mitad, cayendo al suelo. Gerard supo que a ella no le hacía falta oír nada más-. No, Gee, para ahora mismo esta estupidez.
-¿Qué estupidez, Amy?-su voz fría… Amy sintió que perdía la respiración. Pero no que dejaba de respirar por un momento, sino que le arrancaban los pulmones, que el oxígeno mismo desaparecía de su cuerpo.
-Para… para…-Amy se retorcía en el suelo, y Gerard sentía que caería junto a ella, si no… Si no… ¿qué? Basta, se dijo. Basta ya. Universo, fuerza ultraterrenal, podéis comer mierda hasta el fin de la existencia.
-Amy, no seas niña-el tono duro y agresivo le salió de manera demasiado natural.
-Tú me quieres-dijo ella con un hilo de voz.
-Yo…dejé que esto fuera demasiado lejos. Era tan divertido…-su sonrisa torcida fue el primer puñal en el estómago de Amy.
-¿Qué cojones dices?
-Amy, que tú para tener los años que tienes estás muy buena. Y…bueno…debe ser un talento natural, pero sabes cómo hacer que un hombre…
-Cierra tu sucia boca-siseó entonces ella.
Gerard enmudeció.
-Vamos, Amy…-prosiguió con el tono pasota e insolente.
La vio levantarse, con algo de esfuerzo, del suelo. Se plantó frente a él, desafiante. Le miró largo rato, y aunque sabía que ella debía estar sintiendo el punzante aguijón de la traición por dentro, no había rastro de vulnerabilidad en su semblante.
-Fuera-dijo simplemente.
Cambió de posición en su sitio, algo sorprendido por aquel giro de acontecimientos.
-¿Qu…qué?
-Fuera de mi casa.
-Amy…
-He dicho fuera-cualquier otra habría chillado, pataleado, llorado… Ella le miró, con una tranquilidad gemela a la suya al dejarle caer que él sentía de forma diferente.
-Pero a ver, Amy…
-Fuera o gritaré. Te encontrarán aquí, y no pasarás una simple noche en el calabozo, Gerard, ya lo sabes.
Él aún la miró por un momento atónito, sin saber cómo reaccionar.
Amy cogió aire con energía, haciendo ver que iba a gritar, y él echó a correr como alma que lleva el diablo. Y en efecto, así era, pues las mismísimas puertas del infierno se abrieron aquella tarde, llevándose los carbonizados y grotescos seres, entre danzas macabras, a dos almas a lo más hondo del pútrido hogar de magma ígneo donde vivirían a partir de entonces.


El tiempo parece haberse congelado en aquel garaje. Amy está paralizada en el sitio, mirando sin ver en dirección a la puerta por la que Frank ha desaparecido. Los demás miembros del grupo parecen interrogar a Gerard, que se deshace de ellos algo borde, y tras mirar a Amy (ella está segura, no mira a nadie más, ni una sola persona de las que la rodean) también sale de allí.
Oye a Sey, que le habla, pero no entiende lo que dice. Hasta que la sacude por el brazo y parece sacarla del trance.
-Ve detrás de él, vamos-la oye, y ahora sí la escucha.
Amy contiene la pregunta “¿De quién?” que está a punto de salir de sus labios. Porque, de repente se da cuenta, y aquello hace que la angustia sepa amarga en la punta de su lengua, no sabría a dónde ir. Por qué puerta salir. Detrás de qué espalda correr. Casi literalmente, se siente partir en dos.
Odia a Gerard. Adora a Frank. Y les ama a los dos.
-Está medio catatónica-oye susurrar, con un tono preocupado que la sorprende, a Elisa, a Laura, que asiente, y ellas dos y Helen la miran fijamente.
-Encantada de haberos conocido-aquella sonrisa trémula no es muy buena máscara, pero cree que bastará.
Pero Sey bufa y la agarra cuando ella va a salir huyendo de allí.
-Eh, si no sabes a dónde ir, mejor quédate.
Amy, con los ojos como platos, la mira parpadeando muy deprisa. ¿Cómo…?
-Desde luego, los tíos siempre andan igual, con sus peleas tontas, su orgullo y toda esa cosa testosterónica que les entra-dice Laura con voz suave.
-No tiene sentido que andes detrás de esos cabezas huecas, allá se las arreglen ellos solitos-chasquea la lengua Helen con fingida superioridad.
Entonces, Amy hace algo que no creería posible: ríe y ríe, a carcajadas, contagiando a las demás, que estallan también en risas.
-Gracias…-dice Amy cuando recupera el aire y puede hablar con algo de claridad.
Cuando las ve encogerse de hombros, todas a una, Amy siente que a partir de ese momento nada será igual.

Frank golpea la pared con el puño, y cuando ve la sangre brotar de sus nudillos lanza una maldición entre dientes. Sólo faltaba que ahora se quedara sin mano y no pudiera tocar… Acabaría de perfeccionar toda aquella mierda.
Amy…
Pensar en ella, en ese momento, le produce sentimientos contradictorios. Aquella locura interminable, que bulle a borbotones dentro de él y le hace sonreír cuando la dibuja en su pensamiento, por un lado. El vacío sordo de la culpa, con su consecuente vértigo, por otro.
¿Por qué se siente culpable? No debería.
Cuando la puerta se abre, y un torbellino rojo sale a la velocidad de la luz por ella, la náusea es instantánea, y la culpa le crea un agujero en el estómago.
Le ve mirarle, con aquella expresión de inmutable superioridad ante el mundo, pero que empieza a descubrir que es un disfraz más de los que todo el mundo lleva al enfrentarse al día a día.
-Lo siento-aquella disculpa podría sonar tremendamente insolente para una persona normal, y desconocida.
-Vete al infierno-sisea Frank entre dientes, pero nota que toda la rabia se ha esfumado.
-Ella me pone nervioso.
-Ya lo sé-ahora es él el que se disfraza con la superioridad.
Su risa, aquel graznido de cuervo tan extraño, le pilla algo por sorpresa.
-Así que… es real. Llevo todo este tiempo intentando convencerme de que no, de que pronto acabaría y… Pero es tan real como el pitillo que tengo en la mano.
Lo levanta, enseñándoselo.
-¿Te jode, eh?-tuerce la sonrisa Frank.
-Peor que una patada en los huevos, puedes creerme.
Frank exagera el gesto de dolor que pone al oír eso.
-Sí que es grave.
-Como si no lo supieras, maldito bufón.
Las dos miradas se encuentran, esmeralda contra miel.
-Lo que sé… lo que sé no me gusta mucho.
-Haber ido a otra escuela-se mofa Gerard.
-¿Eres así de gracioso de forma natural o te has entrenado? Porque si te has entrenado ha sido una pérdida de tiempo.
-Ya te odio lo suficiente, Bufón, no me hagas tener más razones.
-Créeme, Azafranito, las mías son por lo menos el doble.
-Pero si estamos igual.
-No. No estamos igual-dice Frank, aquella mirada melosa, pero con un toque verduzco que la hacía algo fría, perdida en el infinito.
-Explícame la diferencia.
Vuelve a torcer la sonrisa.
-No, no te daré esta ventaja así por las buenas. Es mi mejor arma.
-Yo también sé jugar sucio-Gerard también sonríe, inexplicablemente.
-Dime algo que no sepa…
Vuelve a reírse.
-Está bien poder decírselo a alguien. Sobre todo a alguien que estoy seguro de que jamás irá corriendo a contárselo.
-¿Y perderla cuando ella se echara sin pensarlo entre tus brazos? Ni lo sueñes-chasquea la lengua Frank.
-Exacto.
-Pero ella en el fondo lo sabe.
Gerard le echa una mirada afilada.
-No sabía que le dabas a las drogas, Bufón.
-¿Tan ciego estás? Más incluso que ella.
-Sigue hablando de esa manera y me concentraré en pensar que duermes con ella para poder apalizarte a gusto…
Frank suspira. Un suspiro hondo, largo, como dejando escapar entre el aire algún pensamiento.
-Dame fuego, anda, que será lo mejor-dice sacándose su propio pitillo de un bolsillo de la chaqueta.
Se hace el silencio mientras dos columnas ligeras y esbeltas de humo se alzan y se funden en el atardecer de la soleada California.


Sabía que era lo mejor. Lo supo nada más verla. Pero entonces… ¿por qué dolía como si le arrancaran la piel a tiras?
En realidad, sabía que dolería. Estaba preparado para ello, mentalizado en su rápido plan repentino. Pero, claro… nunca contó con su respuesta. Aquella frialdad inmutable con que lo echó de su casa. De su lado.
Amy… sólo quería arrancarte el corazón y acunarlo entre mis brazos.

1 comentario:

  1. Joe Gerard, qué poco tacto macho. Aunque era la manera más facil, pero yo que se. Pobre de él también que se comporta como un cerdo para que ella le eche.

    No he entendido muy bien qué es lo que ha pasado para que salgan los dos cabreados. :-s

    Y como de costumbre, una maravilla.

    Bueno, voy a por el siguiente.

    Un abrazo.

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